Está tan regordeta, que llena por completo su vestido, apretada en su mantellina como una trenza de cabellos; tiene el vientre bien formado y sin prominencias; el talle, delicado y ondulante bajo la mantellina; la grupa, rica y desarrollada; el brazo, redondito; los ojos, grandes y muy abiertos; las pupilas, de un negro oscuro; las cejas, finas y graciosamente arqueadas; la nariz, ligeramente arremangada como la punta de un sable suntuoso; la boca, bonita y sincera; las manos, lindas y generosas; la alegría, franca y vivaracha; la conversación, fresca como la sombra; el soplo de su aliento, más dulce que la seda y más embalsamado que el almizcle que nos transporta el alma. ¡Ah! ¡que el cielo me conserve á Abu-Zar, y al hijo de Abu-Zar, y á la hija de Abu-Zar! ¡Que los conserve para mi ternura y mi alegria!»
Cuando hubo hablado así la sexta dama yemenita, di las gracias á todas por haberme proporcionado el placer de escucharlas, y á mi vez, tomé la palabra, y les dije: «¡Oh hermanas mias! ¡Alah el Altísimo nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la sangre de mi padre y de mi madre...
En este momento de su narración, Schahrazada
vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.