le he hecho nada absolutamente!» Pero mi madre insistió: «Cuando Aziza estaba á punto de expirar, abrió un instante los ojos, y me dijo: «¡Oh mujer de mi tio! ¡Suplico al Señor que a nadie pida cuentas del precio de mi sangre, y perdone á los que han torturado mi corazón! ¡He aquí que dejo un mundo perecedero por otro inmortal!» Y le dije: «¡Oh hija mía! No hables de la muerte. ¡Que Alah te resta- blezca pronto!» Pero ella, sonriendo tristemente, me dijo: «¡Oh mujer de mi tío! Te ruego que trans- mitas á tu hijo Aziz mi último encargo, suplicándole que no lo olvide. Cuando vaya donde tiene costum- bre de ir, que diga:
¡Qué dulce es la muerte, y cuán preferible á la traición!»
» Y añadió: «¡De esta manera le quedaré agrade- cida y velaré por él después de muerta, como velé por él en vida!» Y levantó la almohada y sacó de debajo de ella un objeto para ti, pero me hizo jurar que no te lo entregaría hasta que te viese llorar su muerte. Guardo, pues, ese objeto, y no te lo daré hasta que te vea cumplir la condición impuesta.»
Y dije á mi madre: «Bien podias enseñarme ese objeto.» Pero mi madre se negó resueltamente y se retiró.
Ya puedes adivinar, ¡oh mi señor! cuánto me dominarían los placeres y cuán poco sentado tenía el juicio, cuando no quería oir la voz de mi corazón.