Al ver estas gacelas tan maravillosamente bor- dadas, exclamó el príncipe: «¡Gloria à Aquel que pone tanto arte en el alma de sus criaturas!» Y des- pués, dirigiéndose al hermoso joven, prosiguió: ¡Oh Aziz! Te ruego que me cuentes tu historia con Aziza y con la dueña de esta segunda gacela.» Y el hermoso Aziz dijo al príncipe:
«Sabe, ¡oh principe Diadema! que mi padre era uno entre los grandes mercaderes, y no tenía más hijos que yo. Pero yo tenía una prima que se había criado conmigo en casa de mi padre, porque el suyo había fallecido.
Y antes de morir, mi tío había hecho prometer á mi padre y á mi madre que nos casarian euando llegáramos á la edad conveniente.
Así es que nos dejaban juntos; y de este modo llegamos á aficionarnos el uno al otro. Y de noche nos hacían dormir en la misma cama, sin separar- nos un momento. Claro es que nosotros no caímos entonces en los inconvenientes que pudiera tener todo aquello, aunque de todos modos, mi prima era más advertida que yo en tales asuntos y más ins- truída y hasta más experta, pues lo conocí más ade- lante, al pensar en su manera de enlazarme con sus brazos y de apretar los muslos al dormirse jun- to á mí.
A todo esto, como acabábamos de cumplir la edad requerida, mi padre dijo á mi madre: «Este año te-