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LAS MIL Y UNA NOCHES,

ches (1) solían vocear á los circunstantes: «Marchaos todos á vuestras casas y descansad, hasta que el rey recobre su entereza.» A tales palabras, todos se retiraban, no quedándose al lado del rey mas que el visir.

Un día que ocurrió este lance, cuando el rey empezaba á volver en si, el visir se postró á sus plantas y dijo: «¡O rey del tiempo y de los mundos!¿qué significan esas lágrimas y esos sollozos? Díme, ¿qué rey de la tierra te ha ofendido, qué grande ha faltado al respeto que se te debe? Díme, ¿quién ha desobedecido tus mandatos? para que nos alcemos todos y le arranquemos el corazon del pecho.» Pero el rey nada respondia, ni levantaba tampoco la cabeza. El visir se postró otra vez á sus píés y añadió: «Señor, yo vengo á ser tu hijo y esclavo; recuerda que estos brazos te han llevado cuando niño; si tú no te franqueas conmigo acerca de tu amargo dolor, ¿con quién podrás franquearte? ¿quién podrá reemplazarme junto á ti? Dime, ¿porqué lloras y estás tan aflijido?» Pero el rey nada respondia ni levantaba la cabeza , sino que seguia mas y mas lloroso y desconsolado. El visir lo contempló otro rato y luego prosiguió: «¡Ó rey! si tú no me cuentas lo que te ha sucedido, voy á sacar la espada y me la hundo en el pecho á trueque de no verte tan aflijido.» Entónces el rey levantó la cabeza, se enjugó el llanto y dijo: « ¡Ó sabio y cuerdo visir, déjame entregado á mi dolor y amargura. »Pero el vísir repuso: «Díme porqué estás ahí llorando; quizás esté en mi mano el remediarlo. «¡Ó visir!» respondió el rey, «no lloro por dinero, ni por nuevos dominios, ni por nada de este jaez. Pero cuando pienso que estoy tan entrado en años, como que mas de un siglo ha pasado por encima de mi

(l) Domésticos armados que tienen cierta autoridad sobre los extranjeros. y que no siguen mas que á su dueño.