Señor, en la capital de un reino de la China, muy rico y de grande estension, de cuyo nombre ahora no me acuerdo, vivia un sastre llamado Mustafá, que no descollaba con distincion alguna sobre su esfera. Pobrísimo era Mustafá, sin redundarle de sus tareas mas que lo muy preciso para su mantenimiento, el de su esposa y un hijo que Dios les habia dado.
Llamábase este Aladino, y se habia criado á sus ensanches, con cuyo motivo se habia viciado en estremo. Era terco, mal intencionado y desobedecia continuamente á sus padres. Luego que fué algo mayor, ya no pudieron conseguir que estuviese en casa. Salia por la madrugada y pasaba los dias jugando en las calles y plazas con otros holgazanes de su edad.
Llegado el tiempo de que aprendiera un oficio, como su padre no se hallaba en situacion de enseñarle otro que el suyo, lo avecindó en su tienda y empezó á adiestrarse en el manejo de la aguja; pero fuéle imposible al padre aficionarlo ni con halagos ni con castigos al trabajo. Apenas Mustafá habia vuelto las espaldas, cuando Aladino se escapaba y no parecia mas en todo el dia. El padre le castigaba mas y mas, pero Aladino era in-