Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/103

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
83
ELECTRA

Orestes.—Me ves cuando los dioses me han obligado a venir...

................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................

Electra.—Me acabas de dar una noticia mucho más grata que la anterior, si es que efectivamente el dios te hizo venir a casa; pues todo esto lo tengo yo como cosa divina.

Orestes.—Por una parte temo cohibirte en tu alegría, y siento por otra ver que te dejas arrebatar por el gozo.

Electra.—¡Ah!, ya que después de tanto tiempo te has decidido a este tan deseado viaje para mostrarte en mi presencia, no quieras, cuando tan llena me ves de aflicción...

Orestes.—¿Qué quieres que no haga?

Electra.—Privarme del placer de contemplar tu hermosa cara.

Orestes.—No ciertamente, y me enojaría si otros quisieran privarte.

Electra.—¿Estás de acuerdo conmigo?

Orestes.—¿Cómo no?

Electra.—¡Amigas! Oí la voz que nunca esperaba oir; ni creía tampoco en mi desdicha, que hubiera podido contener, ni en silencio ni a gritos, el estallido de mis sentimientos al oirla; pero ya te tengo: me apareciste con esa hermosísima cara que yo ni en mis desgracias he olvidado.

Orestes.—Déjate ahora de todo discurso inútil y no me digas si la madre es mala, ni si Egisto dilapida nuestro patrimonio y lo despilfarra y derrocha vanamente; pues la conversación nos haría perder la oportunidad. Lo que convenga hacer en el momento presente es lo que me has de decir: dónde me oculto o dónde me presento para lograr con mi venida que los enemigos