Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/109

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
89
ELECTRA

Egisto.—¿Y anunciaron su muerte como cierta?

Electra.—No sólo la anunciaron, sino que trajeron pruebas.

Egisto.—¿Luego podemos verlas de modo que tengamos completa evidencia?

Electra.—Puedes verlas, y en verdad que es espectáculo triste.

Egisto.—La verdad es que, contra tu costumbre, me das noticias que me alegran.

Electra.—Puedes alegrarte, si es que te son gratas estas noticias.

Egisto.—Te ordeno que calles y abras las puertas a todos los habitantes de Micenas y de Argos para que lo vean, porque si alguno de ellos alimentaba todavía vanas esperanzas acerca del regreso de ese hombre, ahora, al ver su cadáver, aceptará mis órdenes y pensará cuerdamente, sin necesidad de imponerle la vio-, lencia del castigo.

Electra.—Por mi parte todo eso se cumplirá; pues el tiempo me ha enseñado a condescender con los más poderosos.

Egisto.—¡Oh Júpiter! Veo un espectáculo que no es sino obra de algún dios; pero si sobre él viene venganza, nada digo. Descorred todo el velo que me impide verlo, para que un pariente obtenga de mí el llanto que le debo.

Orestes.—Descórrelo tú mismo; que no soy yo, sino tú, quien ha de contemplar estas reliquias y saludarlas con afecto.

Egisto.—Bien me lo adviertes, y te obedeceré; pero llama tú a Clitemnestra, si está en casa.

Orestes.—Ahí la tienes; no la busques en otra parte.

Egisto.—¡Ay de mí! ¿Qué veo?

Orestes.—¿A quién temes? ¿No la conoces?