Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/116

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
96
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

de otro modo no llevaria la cabeza coronada con laurel lleno de bayas.

Edipo.—Pronto lo sabremos, pues ya está a distancia que me pueda oir. Principe, querido cuñado, hijo de Meneceo, ¿qué respuesta nos traes de parte del dios?

Creonte.—Buena, digo; porque nuestros males, si por una contingencia feliz encontrásemos remedio, se convertirian en bienandanza.

Edipo.—¿Qué significan esas palabras? Porque ni confianza ni temor me inspira la razón que acabas de indicar.

Creonte.—Si quieres que lo diga ante todos estos, dispuesto estoy; y si no, entremos en palacio.

Edipo.—Habla ante todos; pues siento más el dolor de ellos que el mio propio.

Creonte.—Voy a decir, pues, la respuesta del dios. El rey Apolo ordena de un modo claro que expulsemos de esta tierra al miasma que en ella se está alimentando, y que no aguantemos más un mal que es incurable.

Edipo.—¿Con qué purificaciones? ¿Qué medio nos librará de la desgracia?

Creonte.—Desterrando al culpable o purgando con su muerte el asesinato cuya sangre impurifica la ciudad.

Edipo.—¿A qué hombre se refiere al mencionar ese asesinato?

Creonte.—Teniamos aqui, ¡oh principe!, un rey llamado Layo, antes de que tú gobernases la ciudad.

Edipo.—Lo sé porque me lo han dicho; yo nunca lo vi.

Creonte.—Pues habiendo muerto asesinado, nos manda ahora manifiestamente el oráculo que se castigue a los homicidas.

Edipo.—¿Dónde están ellos? ¿Cómo encontraremos las huellas de un antiguo crimen tan dificil de probar?