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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

vió a tí en el trono y a Layo muerto, me suplicó, asién dome de la mano, que le enviara al campo a apacentar los ganados, para vivir lo más lejos posible de la ciudad. Y yo lo envié; porque era un criado digno de esta y de otra mayor gracia.

Edipo.—¿Cómo haremos que venga lo más pronto posible?

Yocasta.—Fácilmente; pero ¿para qué lo quieres?

Edipo.—Me temo, mujer, haber hablado demasiado acerca de este asunto; por lo cual, deseo verlo.

Yocasta.—Vendrá, pues; pero también soy merecedora de saber las cosas que te inquietan, ¡oh rey!

Edipo.—No pienses que te las voy a callar en medio de la incertidumbre en que estoy. ¿A quién mejor que a ti podré yo contar el trance en que me hallo? Mi padre fué Pólibo el corintio, y mi madre la doria Merope. Fui el hombre más respetado entre todos los ciudadanos hasta que me ocurrió el siguiente caso, digno de admirar, pero no tanto que debiera llegar a inquietarme. En un banquete, un hombre que había bebido demasiado me dijo en su borrachera que yo era hijo fingido de mi padre. Apesadumbrado yo por la injuria, aguanté a duras penas aquel día; pero al siguiente pregunté por ello a mi padre y a mi madre, quienes llevaron muy a mal el ultraje, y se indignaron contra el que lo había proferido. Las palabras de ambos me sosegaron; pero, sin embargo, me escocía siempre aquel reproche, que había penetrado hasta el fondo de mi corazón. Sin que supieran nada mis padres me fui a Delfos, donde Febo me rechazó, sin creerme digno de obtener contestación a las preguntas que le hice; pero me reveló los males más afrentosos, terribles y funestos, diciendo que yo me había de casar con mi madre, con la cual engendraría una raza odiosa al género humano; y tam-