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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Teseo.—¿Cómo, pues, te han de hacer volver para no vivir en ella?

Edipo.—El divino oráculo les obliga.

Teseo.—¿Qué desgracia es la que temen, según ese oráculo?

Edipo.—El destino de ser batidos por los habitantes de esta tierra.

Teseo.—¿Y cómo puede ser que entre nosotros y ellos surja la hostilidad?

Edipo.—¡Oh querido hijo de Egeo! Para solos los dioses no hay vejez ni muerte jamás; que todo lo otro, lo destruye el omnipotente tiempo: se esquilma la fuerza de la tierra, se arruina la del cuerpo, muere la buena fe, nace la perfidia, y un viento mismo no corre jamás entre amigos, ni de ciudad a ciudad. [Para unos ahora y para otros luego, lo dulce se vuelve amargo y luego dulce otra vez.] Y con Tebas, si por ahora son amistosas y buenas tus relaciones, infinitas noches y días engendra el infinito tiempo en su marcha, durante los cuales los hoy concordes afectos se disiparán en guerra por un pequeño pretexto; y donde durmiendo y sepultado se halle mi frio cadáver, se beberá la ardiente sangre de aquéllos, si Júpiter aun es Júpiter, y su hijo Febo, veraz. Pero como no es bueno que diga lo que debe quedar en silencio, permiteme que no diga más, y cuida de cumplirme la promesa; que nunca dirás que a Edipo como inútil huésped recibiste en estos lugares, si es que los dioses no me engañan.

Coro.—Rey, hace tiempo que éstas y semejantes promesas en provecho de esta tierra se muestra este hombre dispuesto a cumplir.

Teseo.—¿Quién, pues, podrá rechazar la benevolencia de un hombre como éste, con quien en primer lugar he mantenido siempre reciproca hospitalidad, y que