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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

cadmeo suelo; y no vengo comisionado por uno sólo, sino mandado por todos los hombres, por causa de que por el parentesco que con él tengo, me toca a mi más que a otro ciudadano el condolerme de su desgracia. Pero, ¡oh infortunado Edipo!, obedéceme y ven a casa. Todo el pueblo de Cadmo te reclama con justicia, y más que todos, yo; por cuanto, como no he sido un malvado entre los hombres, me duelo de tu desgracia, anciano, al verte tan desdichado como eres en tierra extraña, siempre errante y careciendo de recursos para mantenerte; vagando con ésta que sola te acompaña, la cual, infeliz de mí, nunca hubiera creido que en tal afrenta había de caer, como ha caído la desdichada, por cuidar siempre de ti y de tu sustento con el alimento que mendiga, ni que habria llegado a tal edad sin haber logrado la suerte del himeneo, sino expuesta a que la rapte cualquiera que se le eche encima. ¿No es esto oprobio vil, ¡ay infeliz de mi!, que lanza su injuria sobre ti, sobre mí y sobre toda la familia? Pero ya que bueno es ocultar las públicas infamias, tú, por los dioses patrios, Edipo, créeme y ocúltalas, consintiendo en venirte a la ciudad y a palacio, a la mansión de tus padres, saludando antes amablemente a esta ciudad, que bien digna es; pero la patria, con más justicia debe ser venerada, por ser la que te alimentó en otro tiempo.

Edipo.—¡Ah de ti, que a todo te atreves y que de todo razonamiento sabes sacar algún especioso artificio de aparente justicia! ¿Por qué vienes a tentarme con ese razonamiento y quieres por segunda vez cogerme en los lazos que más sentiria ser cogido? Porque antes, cuando gozaba yo en mis propias desgracias y me era grato el ser desterrado de mi patria, no quisiste, queriendo yo, concederme esa gracia. Mas cuando ya se habia colmado la ira de mi dolor y la vida en palacio