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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Edipo.—Mi hijo, ¡oh rey!, aborrecido, cuyas pala bras yo sentiria más oir que las de otro cualquier hombre .

Teseo.—¿Y qué? ¿No puedes oirle y no hacer lo que no quieras? ¿Qué molestia te ha de ocasionar el escu charle?

Edipo.—Muy odiosa, joh rey!, llega la voz de ése a su padre; no me pongas en la necesidad de acceder.

Teseo.—Pero'si su actitud suplicante te obliga, con sidera si debes respetar la providencia del dios.

Antígona.—Padre, créeme, aunque soy joven para aconsejarte . Deja que este hombre de gusto a su cora zón y al dios, como lo desea, y permite que nuestro her mano se acerque . Porque a ti, ten ánimo, no te aparta rá por fuerza de tu determinación lo que él te pueda decir y no te convenga . Pero en oir sus palabras, &qué daño hay? Los asuntos malamente concebidos, con la sola exposición se denuncian . Tú lo engendraste; de modo que, ni aun cuando te, tratara de la manera más despiadada y cruel, te es permitido devolverle mal por mal . Déjalo, pues . También otros tienen malos hijos y vivos resentimientos; pero aconsejados por la mágica palabra de los amigos, deponen su ' enemistad . Conside ra tú ahora, no los males presentes, sino aquellos que pasaste por tu padre y por tu madre; que si los con templas, bien sé yo que conocerás cuán pernicioso es el resultado de funesta cólera, porque de ello tienes no pequeña prueba al hallarte privado de la vista de tus ojos . Pero accede a lo que te pedimos; que no es bueno que supliquen largo tiempo los que piden lo debido; ni tampoco que el mismo que se ve bien tratado, acepte el beneficio y no sepa corresponder .

Edipo.—Hija, con vuestros ruegos habéis vencido el - placer que me dominaba . Sea como lo queréis . Solamen