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EDIPO EN COLONO

Polinices.—Vergonzoso es huir, y que, siendo yo el mayor, asi me deje burlar de mi hermano.

Antígona.—¿Ves, pues, cómo van derechamente hacia su término las profecias del oráculo que la muer te de vosotros dos anuncia?

Polinices.—Asi lo ha dicho el oráculo; pero yo no puedo ceder .

Antígona.—¡ Ay infeliz de mi! ¿ Y quién se atreverá a seguirte si se entera de las profecias de este hom bre?

Polinices.—No anunciaré yo augurios malos; que propio de un buen general es pregonar las buenas no ticias y no las contrarias .

Antígona.—¿Asi, pues, joh hijo!, estás decidido a ello?

Polinices.—Y no me detengas ya; que mi preocupa ción ha de ser este camino desdichado y funesto a que me lanzan este padre y sus maldiciones. Que Júpiter os conceda la felicidad si lo que os he dicho hacéis por mi (después que muera; porque vivo, ' no me volveréis a poseer ). Dejadme marchar y sed dichosas, que vivo no me veréis ya más .

Antígona.—¡ Ay infeliz de mi!

Polinices.—No me llores .

Antígona.—¿Y quién, cuando te lanzas hacia el infierno que delante ves, no te llorará, hermano?

Polinices.—Si es preciso, moriré .

Antígona.—No ciertamente, sino créeme.

Polinices.—No me aconsejes lo que no está bien .

Antígona.—¡ Desdichada de mi, si de ti quedo pri vada!

Polinices.—Eso, en manos del dios está el que sal ga de ésta o de la otra manera; por vosotras, pues, suplico yo a los dioses que nunca lleguéis a sufrir tal