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EDIPO EN COLONO

hay regocijo común para todos, no se debe llorar; por que es reprensible.

Antígona.—¡Oh hijo de Egeo!, a tus pies te suplicamos.

Teseo.—¿Porqué, hijas? ¿Qué deseáis que haga?

Antígona.—La tumba de nuestro padre deseamos ver.

Teseo.—Eso no está permitido.

Antígona.—¿Qué dices, príncipe, soberano de los atenienses?

Teseo.—¡Oh niñas! Él mismo me prohibió que ni me acercara a esos lugares, ni indicara a ningún hombre la tumba sagrada en que yace; y me añadió que así viviría felizmente, conservando siempre mi país exento de calamidades. Esto, pues, lo oyó el Genio de mi destino y también el omnipotente Juramento de Júpiter.

Antígona.—Pues si así es, me basta conformarme con la voluntad de aquél; pero envíanos a la veneranda Tebas, por ver si podemos detener a la muerte que avanza contra nuestros hermanos.

Teseo.—No sólo haré eso, sino también todo cuanto pueda hacer en provecho vuestro y del que acaba de descender al infierno, en bien del cual no debo sentir cansancio.

Coro.—Pues descansad y no provoquéis más el llanto; que, de todos modos, lo que se os promete está sancionado.