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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

tiendo de an yago de bronce bien forjado tres libaciones sobre el cadáver, lo cubrió. Nosotros que la vimos, nos abalanzamos y la cogidos en seguida, sin que ella se asustara de nada: la acusamos del hecho anterior y del presente, y no negó nada, con gusto mio y con pena a la vez; porque el quedar uno libre del castigo er muy dulce; pero implicar a un amigo en la desgracia, es doloroso. No obstante, natural es que esto último tenga para mi menos importancia que mi propia salvación.

Creonte.—Tú, tú que inclinas la cara hacia el suelo, afirmas o niegas haber hecho eso?

Antígona.—: - Afirmo que lo he hecho, y no lo niego.

Creonte.—(Al Centinela.) Tú puedes Irte adonde quieras, libre de la acusación que pesaba sobre ti. (A Antígona.) Y tú, dime, no con muchas palabras, sino brevemente: conocías el bando que prohibia eso?

Antígona.—Lo conocla. ¿Cómo no debía conocerlo? Público era.

Creonte.—Y, asi, de atreviste a desobedecer las leyes?

Antígona.—Como que no era Jupiter quien me las habla promulgado; ni tampoco Justicia, la compañera de los dioses infernales, ha impuesto esas leyes a los hombres; ni crei yo que tus decretos tuvieran fuerza para borrar e invalidar las leyes divinas, de manera que un mortal pudiese quebrantarlas. Pues no son de hoy ni de ayer, sino que siempre han estado en vigor y nadie sabe cuándo aparecieron. Por esto no debi& yo, por temor al castigo de ningún hombrė, violarlas para exponerme a sufrir el castigo de los dioses. Sabia que tenia que morir, ¿cómo no, aunque tú no lo hubieses pregonado. Y si muero antes de tiempo, eso creo yo que gano; pues quien viva, como yo, en medio de tan-