Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/25

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
5
Áyax

Minerva.— ¿Han muerto los caudillos, según infiero, de lo que dices?

Áyax.— Y muertos ya, que me arrebaten las armas.

Minerva.— Está bien. ¿Y qué ha sido del hijo de Laertes? ¿Qué suerte ha corrido? ¿Se te ha escapado?

Áyax.— ¿Me preguntas por la suerte de ese astuto zorro?

Minerva.— Si; por Ulises, tu competidor, te pregunto.

Áyax.— Es el prisionero que con más gusto tengo atado en la tienda, ¡oh reina!, pues matarlo no quiero aún.

Minerva.— ¿Qụé esperas hacer de él, o qué más deseas lograr?

Áyax.— Atado a la columna de la tienda...

Minerva.— ¿Qué tormento quieres dar al desdichado?

Áyax.— Hacer que con el látigo, tintas en sangre sus espaldas muestre.

Minerva.— No maltrates al desdichado de manera tan cruel.

Áyax.— Permite, Minerva; que yo en todo lo demás te obedezco. Ése sufrirá este castigo y no otro.

Minerva.— Ya que tal gusto tienes en ello, manos a la obra; no dejes por hacer nada de cuanto deseas.

Áyax.— Voy, pues, a ello; te obedezco para que me ayudes con tu valiosa cooperación.

Minerva.— ¿Ves, Ulises, el poder de los dioses cuán grande es? ¿Viste jamás hombre alguno que fuera más sensato que éste, o mejor dispuesto a obrar conforme a las circunstancias?

Ulises.— En verdad que no he conocido a ninguno; no obstante, le compadezco en su desgracia, aunque sea mi enemigo, al verlo envuelto en tan calamitosa situación, y considerar no tanto su suerte, sino la mia.