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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

y así, la terrible y vigorosa violencia de su iracundia 6e desvanece gota a gota; reconoció él que en su furor habla insultado & on dios con su ultrajante lengua. Queria, en verdad, acabar con las endemoniadas bacantes y con el báquico fuego, y ultrajaba a las musas amantes de las flautas. Y junto a las negras rocas de los dos mares[1] están las orillas del Bósforo y la inhospitalaria Salmidego de los trácios, en donde Marte, el protector de la ciudad, vió la execrable herida que a los dos hijos de Fineo infirió la fiera madrastra, que les arrancó los ojos de las órbitas, cruelmente doloridas, sin valerse de espada, sino con sangrientas manos y aguda punta de lanzadera; y deshaciéndose en lágrimas los desdichados, lloraban la desdichada suerte que les cupo por nacer del ilegitimo casamiento de su na dre; y ella era de la raza de los antiguos Erectidas, y Be habia criado en los lejanos antros, en medio de las tempestuosas tormentas de su padre Bóreas, que, rápi. do como un corcel, corria a pie firme sobre el helado mar, pues era hijo de un dios. Pero sobre ella estaban las Parcas de larga vida, ¡oh hija!

Tiresias.—Señores de Tabas: venimos dos en compañía con los ojos de uno solo; pues los ciegos, para caminar, necesitamos de un gula.

Creonte.—¿Qué hay de nuevo, anciano Tiresias?

Tiresias.—Yo te lo diré y tú obedece al adivino.

Creonte.—Nunca, hasta hoy, me he apartado de tus consejos.

Tiresias.—Por eso rectamente has gobernado la ciudad.

Creonte.—Puedo atestiguar que me has dado útiles consejos.


  1. El Ponto y el Bósforo.