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ANTÍGONA

Tiresias.—Piensa que ahora caminas sobre el filo de una navaja.

Creonte.—Qué sucede? ¡Cómo mo horrorizan tus palabras!

Tiresias.—Lyd sabrás asi que oigas los pronósticos de mi arte; pues al tomar asiento en el antiguo sitial de mis agoreras observaciones, donde tengo la estación de tod& suerte de aligeros, oi desconocidos gritos de Aves que graznaban con infausta y extraña furia, y comprendi que se desgarraban unas a otras con sus enBangrentadas garras, porque el ruido de bu aleteo no era equivoco. En seguida, lleno de temor, quise hacer la prueba eri las ofrendas que tenia en los altares, del todo encendidos. Pero el fuego no sacaba llama de las vietimas, sino que la grasa derretida de los muslos se fundta sobre la ceniza y humeaba y chisporroteaba; la hiel se disipaba en vapor, y de los muslos, destilando la grasa que los cubria, quedaron los huesos, Tales son los presagios funestos de estos misteriosos sacrificios que he sabido por este niño; pues él me gula a mí, asi como yo guio a los demás. Y esto lo sufre la ciudad por causa de tu determinación; porque nuestros altares y hogares sagrados han sido invadidos todos por las aves y los perros que se han saciado en el cadáver del infeliz hijo de Edipo. Por esto los dioses no aceptan de nosotros ni las plegarias de los sacrificios ni la llama de los muslos de las vietimas; ni ave alguna deja oir gritos de bueu agüero, porque se han saciado en la pringue de la sangre corrupta de un cadáver. Por esto, hijo, reflexiona, ya que común a todos los hombres es el errar; pero cuando el hombre yerra no es necio ni infeliz si, reconociendo 8a error, se enmienda y no es terco; que la terquedad acusa ignorancia. Aplácate, pues, ante el difunto y no aguijonees a un cadáver.