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ANTÍGONA

Creonte.—No sabes que es tu soberano contra quien estás diciendo lo que dices?

Tiresias.—Lo sé; pues por mi posees esta ciudad, que salvaste.

Creonte.—Tú eres hábil adivino, pero te gusta la injusticia.

Tiresias.—Me incitarás a revelar lo que debla que. dar oculto en mi corazón.

Creonte.—Revélalo; pero que no sea el interés quien te haga hablar.

Tiresias.—Ahora y antes creo que hablo en interés tuyo.

Creonte.—Pues sabe que no vas a lograr mi apro. bación. TIABSIAS. – Pero tú también has de saber que ya no verificará el Sol muchas revoluciones en su lucha con la tiniebla, sin que en ellas tú miſmo tengas que dar un muerto de tus propias entrañas a cambio de esos dos cadáveres, de los cuales has echado uno de la luz a las tinteblas, encerrando inicuamente a una alma viviente en la sepultura; y retienes aqui arriba al otro, priyando de él a los dioses infernales por tenerlo insepulto y sin los debidos honores, en lo cual no tienes tú poder, ni tampoco los dioses de aqui arriba; procedes, pues, violentamente en todo esto. Por lo cual, las vengatiFas Furias de Plutón y de los dioses, que tras si llevan la ruina, te están acechando para envolverte en males iguales à éstos. Y considera si digo esto por amor al dinero. No pasará mucho tiempo sin que oigas en tu palacio los lamentos de los hombres y de las mujeres: ya se concitan contra ti, como enemigas, todas las cia. dades en las que los perros o las fieras o algún ave voladora hayan depositado en sus aras algunos trozos del cadáver, llevando el impuro olor a los altares de la ciu-