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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

que, formado con la tela del ceñidor, se babia adaptado al cuello; y a él, que echado sobre ella la encerraba en sus brazos, llorando la pérdida de su prometida, que ya vivia en el infierno, y la orden de su padre y su infortunado casamiento. Éste, asi que lo vio, dando un horri. ble grito se lanza dentro hacia él, ý gimiendo amargamente le dice: «Ah infeliz! Que has hecho? ¿Qué pensamiento ha sido el tuyo? En qué desgracia te vas & perder? Sal de ani, te lo ruego, suplicandó,» Pero el muchacho, mirándole con enfurecidos ojos, y escupiéndole a la cara y sin contestarle, tira de su espada de doble filo y erró a su padre, porque éste se dió a la fuga. Entonces el infeliz, irritado contra si mismo como estaba, se inclino apoyando el costado en la punta de la espada; y en sus teñidos brazos, anbelante aún, se abrazo de la mucha.cha, oaviándole en su estertor rápido chorro de sangre, algunas gotas de la cual enrojecieron las pálidas mejillas de la novia. Y alli yace un cadáver sobre otro cadáver, habiendo alcanzado el desdichado el cumplimiento de sus bodas en la mansión de Plutón, y demostrando a los mortales que la imprudencia es para el hombre la mayor de las desgracias.

Coro.—¿Qué conjeturas ahora? Esa mujer ha desaparecido sin proferir buena ui mala palabra.

El Mensajero.—Yo mismo estoy asombrado; pero abrigo la esperanza de que, enterada ella de la muerte del hijo, no creerá que deba llorarlo por las calles de la ciudad; sino que, yéndose a casa, anunciará a las esclavas la desgracia de la familia para que lo lloren; porque no está tan falta de juicio que cometa ana atrocidad.

Coro.—No sé; porque a mi, el demasiado silencio me parece compañero de algo grave, lo mismo que el inmoderado clamor.