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ÁYAX

cir, estando tú ausente, ¡oh rey! Pero cuando huyan cobardemente de tu presencia, chillarán como bandadas de grajos; y como te temen, como a gran buitre, pronto, llenos de espanto, al punto que aparezcas, silenciosos enmudecerán de terror.

¿Acaso Diana, hija de Júpiter, en honor de la cual se sacrifican toros —¡oh rumor horrible, padre de mi infamia!—, te lanzó sobre los rebaños de bueyes, aún no repartidos, ya por no haberle ofrecido los honores de alguna victoria, o por no haberle cumplido las promesas de ilustres despojos, o de alguna cerval cacería? ¿Será que Marte, de férreo pecho, teniendo algún agravio contra tu justa lanza, vengó su ultraje con nocturnas maquinaciones? Pues jamás en tu cabal sentido te hubieras ido tan siniestramente, ¡oh hijo de Telamón!, a caer sobre los rebaños. ¿Podrá ser ataque de enfermedad divina? ¡Librete Júpiter de ella, y Febo de la ignominia de los argivos! Pero si es que furtivamente esparcen tu.calumnia los poderosos reyes o alguien de la detestable descendencia de Sisifo, no, no, ¡oh rey!, permanezcas asi ocioso en las marinas tiendas aceptando esos infamantes rumores; sino sal de ese retiro, donde permaneces en ese largo y agitado reposo dando pábulo a la calamidad que te viene del cielo. Pues la insolencia de los enemigos avanza sin miedo como por canales con buen viento, mientras todos mofándose de ti, te insultan amargamente, y a mí me oprime el dolor.

Tecmesa.— ¡Ayudantes de la nave de Áyax, descendientes de los indigenas erectidas!, llanto tenemos cuantos nos interesamos por la lejana casa del ausente Telamón; porque ahora mismo el terrible, esforzado y valeroso Áyax yace enfermo en trance desesperado.

Coro.— ¿En qué calamidad ha cambiado esta noche nuestra bienandanza? Habla, hija del frigio Teleutante,