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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Deyanira.—¿Y cómo no me he de alegrar, con justísima razón, al oír el feliz éxito de la empresa de mi marldo? May natural es que mi suerte corra a la par de la suya. Sin embargo, motivos hay para que quien reflexione tema que el varon afortunado pueda caer alguna vez; pues me infunde cierta lástima, que me inspira miedo, el ver estas infelices en pais extraño, sin hogar, sin padre y errantes; éstas, que habiendo sido antes, probablemente, bijas de hombres libres, arrastran ahora la vida de la esclavitud¡Oh Júpiter, dueño de nuestra suerte! Ojalá no te vea nunca venir con la desgracia contra mi familia; y si lo has de hacer, no sea viviendo yo. Tal es el miedo que tengo al ver a estas desdichadas. Dime, tú, infortunada, que estado es el tuyo? ¿Eres virgen o madre? Pues a juzgar por ta talle, no debes haber llegado aún a la maternidad; pero tienes aire de nobleza. Lica, de qué familia es esta extranjera? ¿Quién es su madre? ¿Quién su padre? Dimelo; que es la que más lástima me inspira al mirarla, por ser la única que sabe soportar su suerte con dignidad.

Lica.—¿Qué sé yo de eso que me preguntas? Puede que sea hija de uno de los nobles de aquel pais.

Deyanira.—¿No será de los reyes? ¿Es alguna hija de Eurito?

Lica.—No lo sé, pues no preguntó yo tanto.

Deyanira.—&Ni siquiera bas otdo su nombre a algu. Da de las compañeras?

Lica.—No; en silencio he cumplido mi cometido.

Deyanira.—Dimelo, pues, tú misma, pobrecita; por. que es una contrariedad el que yo no sepa quién eres.

Lica.—Pues lo mismo que ha hecho hasta ahora, no espores que suelte la lengua la que de ninguna manera ha querido hablar poco ni mucho, sino que, alligida por la gravedad de su desgracia, no ha cesado de llorar