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LAS TRAQUINIAS

hasta que a esta ciudad arribe, dejando el ara instalar donde se dice que esta celebrando sacrificios. Ojalá de alli venga lleno de amor, impregnado del persuasivo ungüento, segrin manifestó el centauro.

Deyanira.—Mujeres, icómo temo que siniestramente hayan-sido hechas cuantas cosas hice poco ha!

Coro.—¿Qué pasa, Deyanira, hija de Eneo?

Deyanira.—No lo sé; pero me inquieta el pensar si pronto aparecere culpable de un gran daño llevado a cabo con buen deseo.

Coro.—¿No será por los regalos que a Hercules has enviado?

Deyanira.—Si; y tanto, que a nadie aconsejaré que ponga confianza clega en ninguna empresa.

Coro.—Dime, si puede saborbe, de qué temes?

Deyanira.—Tal prodigio ha sucedido, que si os lo digo, ¡oh mujeres!, os admirará cual no podrlais esperar. El blanco vello de lanuda oveja con que unté bace poco la túnica que ha de vestir Hércules, ha desaparecido sin que lo haya quitado ninguno de los de casa; sino que carcomiéndose por si mismo, se ha evaporado y fundido encima de la piedra. Y para que os enteréis de todo esto tal como ha sucedido, extenderé mi discurso; porque no he omitido ninguna de las instrucciones que me dió el fiero centauro cuando le atormentaba el pecho la amarga saeta; pues las conservé en mi memoria como indeleble inscripción en tablita de bronce; ly tal como bo me dijo, asi lo hice): La droga ésta debia guardarla lejos del fuego, sin que le dieran nunca ardientes rayos del sol, y en sitio oculto, hasta el momento en que quisiera usar de ella impregnando algún objeto, y así lo hice. También ahora, al tener que omplearla, unté la túnica en un aposonto obscuro de la casa, con una vedija de lana que arranque de una