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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Coro.—Mirad, hijas, cómo ha venido a cumplirse en nuestro tiempo la fatidica predicción de la antigua providencia, la cual declaró que cuando llegase a su exacto cumplimiento el duodécimo año, el descanso pondria término a los trabajos del propio hijo de Júpiter. Y esto, rectamente y con pie firme, se va acercando con buen viento. Pues dcómo, el que muere puede tener trabajosa servidumbre después de muerto? Pues si a él, con la envoltura ensangrentada del centauro, le antó los costados el mismo destino factor de este engaño, y fundido sobre su piel el veneno que engendró la muerte y nutrió el variado dragón, ¿cómo es posible que el vee otro sol además del de hoy, si se está consumiendo en la terrible tema de la hidra? Y junto con esto le atormentan los mortiferos aguijonazos del centauro de cabellos negros, que le levantan en ampollas la piel. Cosas que esta infeliz, al considerar precipitadamente la gran calamidad que en su casa entraba con la recién desposada, en parte no advirtió (1); pues la otra parte, las que reconocen por causa el pernicioso consejo de Neso con todas sus fatales circunstancias, ciertamente que como infaustas las deplora; ciertamente que derrama amargo llanto de abundantes lágrimas. Pero el bado, en su marcha progresiva, pone de manifiesto la dolosa y enorme perfidia. Brota una fuente de lágrimas; se difundo, ¡oh dioses!, la pestilencia; sufrimiento tal, cual nunca el esclarecido hijo de Júpiter tuvo que lamentar de ninguno de sus enemigos. ¡Oh sanguinario hierro de la devastadora lanza, que con tu punta hiciste venir rápidamente a esta doncella desde la excelsa Ecalia! Mas la condescendiente Venus, sin decir palabra, se manifiesta claramente autora de todo esto.! (1) Es decir, en la parte que procedía del hudo o destino.