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LAS TRAQUINIAS

que me traiga fuego o una espada que me ayude, jah, ah!, ni quien viniendo aqui qulera arrancar la cabeza de este odioso cuerpo? ¡Huy, huy! EL ANCIANO. - ¡Oh hijo de este héroe! La obra ésta exige más que lo que puede mi fuerza; ayúdame, que tu vista mejor que la mia puede cuidarle.

Hil-lo.—Ya lo asgo; pero remedio que le mitiguo la pena de sus dolores, ni en mi ni en éstos es posible encontrar: de tal modo lo ha dispuesto Júpiter.

Hércules.—¡Oh hijo!, ¿dónde estás? Por aqui, por aqui, coge para levantarne. ¡Ayay! ¡Oh demonio! Me asalta de nuevo, me asalta, la odiosa que me mata, terrible y feroz dolencia. ¡Oh Minerva, Minerval, de nuevo me atormenta. Ay hijo!, compadecete de tu padre; sin temor a reproche alguno, saca tu espada, hiéreme por debajo de la clavicula; cúrame el dolor con que me enrabió tu impia madre, a la cual ojalá viera caer lo mismo que yo; asi, lo mismo; como me ha matado. ¡Oh dulce Plutón! Oh hermano de Júpitor! Adormece, adormece a este desdichado, matándolo con rápida muerte.

Coro.—Me horrorizo, ¡oh amigos!, al oir los sufrimientos del rey, que tan tremendos deben ser, cuando él, siendo. quien es, no puede con ellos.

Hércules.—¡Oh! Muchos trabajos, en verdad atrevidos e increibles, con mis manos y mis hombros he aguantado yo; pero ni la esposa de Júpiter ni el odio80 Euristeo me los impusieron nunca talos cual éste que la engañosa hija de Eneo echó sobre mis hombros con esta túnica tejida por las Furias, en que me muero; porque adherida a mis costados-me corroe todas las carnes, y penetrando en las vísceras nie sorbe las venas, de las cuales se ha chupado ya la fresca, sangre, dojándome paralizado todo el cuerpo cou este inisterioso