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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

les, ni el ejército de gigantes que de la Tierra nació, ni la fuerza de las fieras, ni la Grecia, ni los pueblos bárbaros, ni ninguno de los lugares de la tierra que visits en mi labor purificadora, pudieron hacer jamás, una mujer - bembra tenia que ser, no varón – Bola y sin espada me domino. ¡Oh hijo!, muéstrate como hijo engendrado por mi de verdad, y no respetes nunca jamás el nombre de tu madre. Saca de casa agarrando con tus propias inanos a la que te ha parido, y ponla en las mias, para que yo vea bien si sientes más mi dolor que el de ella, al ver su cuerpo ajado y maltratado como se merece. Anda, ¡oh hijo!, ten valor. Compadécete de mi, que digno de lástima soy; pues como si fuera una muchacha, aprieto los dientes llorando, cosa que nadie podrá decir jamás que haya visto hacer antes a este hombre; porque siempre soporte todos los males sin lanzar un gomido; y ahora, habiendo sido tal, me veo convertido en una hembra infeliz, Aproximate ahora a mi; ponte cerca de tu padre y contempla lo que me hace sufrir esta calamidad, que te la mostraré al descubierto. Mira, contemplad todos este desdichado cuerpo; mirad a este infeliz; cuán lastimosamente estoy. Ayay! ¡Ah pobre de mi! Toma fuerza de nuevo el espasmo de este mal; me traspasa las entrañas, y parece que ni descansar quiere dejarme la cruel y devoradora enfermedad. ¡Oh rey del infierno, recibeme! ¡Oh rayo de Jupiter, hiéreme! Lánzalo, ¡oh rey!; dispara contra mi, padre, el arma de tu rayo. Me devora, pues, de nuevo, se recrudoce, me acomete. ¡Oh manos, manos! ¡Oh espalda y pechos! ¡Oh brazos miosi Sois vosotros aquellos que en otro tiempo al habitante de Nemea, al león que arruinaba a los vaqueros, bestia terrible y formidable, mataisteis con vuestro brlo, y también a la hidra