Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/316

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
296
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

cia y también toda ruindad, por lo cual pada que sea justo está dispuesto a cumplir. Pero no es eso lo que me admira, sino si estando alli Áyax el máyor, y viendo 88&s cosas, las tolero.

Neoptólemo.—No vivia ya, ¡oh extranjero!; pues nunca jamás, viviendo él, habría sido yo despojado de las armas.

Filoctetes.—¿Qué dices? También se ha ido ese arrebatado por la muerte?

Neoptólemo.—Como que ya no existe en el mundo de la luz, has de saber.

Filoctetes.—1Ay infeliz de mi! Y el hijo de Fideo, y el hijo de Sisifo, comprado por Laertes, ésos no moriTán nunca; ésos que no debian vivir.

Neoptólemo.—Verdad que no, bien lo sabes; pero muy boyantes se hallan ahora en ejército de los argivos.

Filoctetes.—¿Y qué es del bondadoso, anciano y amigo mio Néstor de Pilos? Éste, pues, solia impedir las maldades de aquellos dándoles buenos consejos.

Neoptólemo.—Ese lo pasa ahora mal; porque la muerte le ha privado de su hijo Antiloco, que con él estaba

Filoctetes.—¡Ay de mi! Me das noticia de dos que yo de ninguna manera quisiera saber que hubiesen muerto. Huy, huy! Qué ha de pensar uno cuando éstos mueren y queda en el mundo Ulises, que debia, en vez de ellos, ser contado entre los muertos?

Neoptólemo.—Astuto adversario es éste; pero también los ardides de la astucia, ¡oh Filoctetesi, tropiezan con frecuencia.

Filoctetes.—Ea, dime por los dioses: 2dónde estaba entonces Patroclo, que era el más querido de tu padre?

Neoptólemo.—También éste ha muerto. Y en pocas