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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

pre para adormecer esta llaga, porque me la mitiga mucho.

Neoptólemo.—Pues cógola. (Qué otra cosa deseas tomar?

Filoctetes.—Si alguna flecha de este arco se me quedá olvidada, para no dejar que otro pueda cogerla.

Neoptólemo.—¿Es ese el famoso arco, el que ahora tienes?

Filoctetes.—Éste; no hay otro que manejen mis manos.

Neoptólemo.—¿Puedo verlo bien de cerca, tomarlo en mis manos y adorarlo como a un dios?

Filoctetes.—Puedes disponer, ¡oh hijo!, no sólo de él, sino de todo lo mío que te pueda ser útil.

Neoptólemo.—Y en verdad que lo qufslera; pero mi deseo es tal, que si me fuera permitido lo cogeria; pero si no, déjalo.

Filoctetes.—Piadosamente hablas y permitido te esta, ¡oh hijo!, ya que tú solo me has proporcionado la alegria de contemplar esta luz del sol y de ver la tierra etea y a mi anciano padre y a mis amigos; tú, que me has salvado cuando iba a ser hollado por mis enemigos. ¡Ea! Tú podrás cogerlo de mis manos y devolvérmelo luego, y alabarte de que, entre los mortales, eres el único que por tu virtud le has puesto la mano. Pues · también por hacer un favor (a Hércules] lo adquiri yo. [No me pena el haberte visto y tomado como amigo; porque quien sabe agradecer el beneficio recibido, puerle ser mejor amigo que todas las riquezas.)

Neoptólemo.—Entra, pues, ya.

Filoctetes.—Y deseo que me acompañes, porque mi dolencia necesita tomarte como ayuda.

Coro.—De oldas sė, pues yo no lo vi, que a Ixión,