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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Menelao.— ¿Menospreciaré yo acaso las leyes di vinas?

Teucro.— Sí, pues te opones a ellas no dejando se pultar a los muertos.

Menelao.— En verdad, a los que son mis propios enemigos, pues no debo permitirlo.

Teucro.— ¿Acaso Áyax fué enemigo tuyo alguna vez?

Menelao.— Él odiaba a quien le odiaba; bien lo sabes tú.

Teucro.— Tú le quitaste el premio; pues bien se descubrió que amañaste los votos.

Menelao.— En los jueces, no en mi, estuvo la falta.

Teucro.— Muchas son las iniquidades que tú oculta y malamente puedes hacer.

Menelao.— Eso que dices causará tristeza a alguien.

Teucro.— No mayor, a lo que parece, de la que tenemos.

Menelao.— Una cosa te he decir: que a éste no se le ha de dar sepultura.

Teucro.— Pues oye mi contestación: éste será sepultado.

Menelao.— Ya en cierta ocasión vi un hombre va liente de lengua que instaba a los marineros a navegar en invierno; pero cuando llegaban los tempestuosos días de esta estación, no se le oía por ninguna parte, sino que, envuelto en su manto, se dejaba pisar por todo el que quisiera de los marinos. Lo mismo sucederá a tí y a tu insolente lengua: cualquiera tempestad que de pequeña nube se originara, extinguiría tu charla locuaz.

Teucro.— También yo vi a un hombre lleno de fatuidad que insultaba a sus compañeros en la desgracia. Y como le viese uno parecido a mí y tan irritado como