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ÁYAX

yo, le dijo estas palabras: «¡Mortal!, no injuries a los muertos; pues si los injurias, ten en cuenta que has de ser castigado.» Tales consejos daba a un infeliz uno que estaba presente. Y yo también le estoy viendo; y no es otro, según me parece, sino tú. ¿Es que no he hablado claro?

Menelao.— Me voy; pues vergonzoso es que se entere alguien de que estoy castigando de palabra a quien puedo obligar a la fuerza.

Teucro.— Márchate ya; pues más vergonzoso me es oír a un hombre fatuo, que no dice sino necedades.

Coro.— Habrá contienda por esta grande disputa. Así que, lo más pronto que puedas, apresúrate, Teucro, y corre a ver alguna cóncava fosa para éste, en donde tenga espaciosa sepultura que lo recuerde siempre a los mortales.

Teucro.— Y en verdad que muy a propósito llegan los más próximos parientes de este hombre, su hijo y su mujer, para celebrar los funerales de este desdichado cadáver. Niño, acércate aquí, y, firme como una estatua, agárrate, en ademán suplicante, del padre que te engendró. Ponte cara hacia él, cogiendo en tus manos mis cabellos, los tuyos y los de esta mujer, que constituyen el tesoro de los suplicantes. Y si alguno del ejército por fuerza te quiere arrancar de este cadáver, que vilmente caiga el villano insepulto en el suelo, segando de raíz a toda su raza, así como yo corto esta trenza de cabello. Agárralo, niño, y procura que nadie te mueva de aquí, sino abrázate cayendo sobre él. Y vosotros que estáis cerca, asistidle, no como mujeres, sino como varones, y prestadle vuestro auxilio hasta que yo venga de buscar sepultura para este, aunque todos me lo prohiban.

Coro.— ¿Qué número hará el último de los errantes