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ELECTRA

carás a tu padre del estanque del infierno en donde hay lugar para todos, sino que llorando más allá de lo debido, con ese inmenso dolor te vas marchitando sin que en tu llanto se vea solución a tu desgracia. ¿Por qué deseas tu mal?

Electra.—Insensato es quien se olvida del padre que tan lastimosamente le han arrebatado; porque a mi sólo me alivia el corazón la dolorosa que a Itis, siempre a Itis llora; la aterrorizada avecilla, mensajera de Júpiter. ¡Oh sufridisima Niobe!, a ti te tengo yo por diosa, que en pétrea sepultura, ¡ay, ay!, estás llorando.

Coro.—No para tí sola, hija, aparareció el dolor entre los mortales, ante el cual tú te exasperas más que todos los de casa, siéndoles igual en nacimiento y sangre, como ves que sucede a Crisótemis y a Ifianasa y al joven Orestes, que sufriendo en secreto vive afortunadamente, y que la ilustre tierra de Micenas, suelo de eupátridas, recibirá cuando venga en regocijada marcha a esta tierra.

Electra.—Sin cesar le estoy esperando, sin hijos, desdichada y sin marido, y me muero, bañada en lágrimas, en este interminable cúmulo de desgracias. Mas él se ha olvidado de lo que sufrió y de lo que se le enseño. ¿Cuántas falsas noticias no he recibido ya? Siempre desea venir y, deseándolo, no se digna parecer.

Coro.—Ánimo, hija mia, ánimo. Aun está en el cielo Júpiter omnipotente, que todo lo ve y todo lo puede: confíale el deseo de venganza que tan sobremanera te aflige, y sin olvidarte de esos a quienes odias, no extremes tanto el odio contra ellos; pues el tiempo es dios que todo lo facilita. Porque ni el hijo de Agamemnón que en Crisa habita la ribera donde pacen bueyes se vuelve atrás, ni tampoco el dios que reina en el Aqueronte.

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