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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Electra.—Pero ya he pasado la mayor parte de mi vida sin lograr mis esperanzas, y no puedo más: vivir sin hijos me consume, y no tengo varón amante que me asista, sino que, como si fuera indigna extranjera, trabajo en la casa de mi padre, así como me veis, con este indecente vestido, y sirvo a la mesa en que falta el señor.

Coro.—Lastimero grito se oyó a la llegada de tu padre, y lastimero en el lecho del festín, cuando sobre él descargó adverso golpe de férrea segur. Traición tramó el parricidio que amor ejecutó, habiendo engendrado ambos horriblemente el terrible espectro, ya sea un dios, ya pasión humana, quien todo esto llevase a cabo.

Electra.—¡Ay, qué día aquel, el más odioso para mí de todos los días! ¡Oh noche! ¡Oh atroces dolores de infando banquete, en que vió mi padre la ignominiosa muerte que recibía de cómplices manos; manos que traidoramente esclavizaron mi vida, que me perdieron! ¡Ojalá que el poderoso Júpiter Olímpico les haga sufrir en castigo la misma muerte, para que jamás disfruten de bienestar los autores de tales crímenes!

Coro.—Reflexiona y no hables más. ¿No guardas memoria de las cosas que te han llevado tan indignamente a la triste situación en que te hallas? Porque gran parte de tu desgracia tú te la has proporcionado, engendrando siempre rencillas en tu enfurecido corazón. No conviene promover riñas con los poderosos.

Electra.—Por los malos tratos fuí obligada, por los malos tratos. Comprendo muy bien mi cólera, no se me oculta. Pero aunque me halle en tan miserable situación, no cejaré en mis imprecaciones mientras me asista la vida. ¿Cómo, pues, si no hiciera esto, ¡oh queridas amigas!, podré oir jamás una palabra de alabanza, de cualquiera que piense bien? Dejadme, dejad de conso-