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ELECTRA

causa de Menelao. Pero aunque fuera como tú dices, si él, queriendo servir a su hermano, hubiera hecho tal cosa, ¿era preciso que por ello le mataras tú? ¿Con qué derecho? Mira que si implantas esa ley entre los mortales, decretas tu mismo castigo y arrepentimiento; por que si con la muerte hemos de castigar a quien mata, tú morirás la primera si te alcanza la justicia. Pero reflexiona, y verás que alegas un falso pretexto. Pues si quieres, dime por qué motivos observas ahora la conducta más vergonzosa que darse pueda, viviendo con el miserable asesino que te ayudó a matar a mi padre, y tienes hijos de él, habiendo abandonado a los legítimos habidos de legítimo matrimonio. ¿Cómo es posible alabar tu proceder? ¿Dirás que con ello te compensas de la hija de que te privó? Vergüenza es que eso digas; por que nunca es bueno casarse con asesinos por causa de una hija. Y ni siquiera tienes autoridad para amonestarme, tú que sueltas toda tu lengua diciendo que maltrato a la madre; porque más como ama despótica que como madre te he de considerar yo, que arrastro vida miserable, sumida siempre en las terribles angustias que me proporcionáis tú y tú amante. Y ausente el otro, desde que escapó de tus manos, el desdichado Orestes lleva también una vida sin fortuna: Orestes, a quien tantas veces me acusas de haberlo salvado para que sea el instrumento con que me vengue de tí; cosa que si yo pudiera la haría de muy buena gana; entiéndelo bien. Y por esto, si quieres, pregona ante todo el mundo que yo soy una malvada, una maldiciente y una desvergonzada; porque si ducha soy en todo esto, en nada avergüenzo a tu propia y natural condición.

Coro.—Te veo exhalando furor; y, aunque sea con justicia, en tal desesperación no quiero verte más.

Clitemnestra.—¿Qué necesidad tengo yo de guar-