Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/90

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
70
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Crisótemis.—¡No, por el hogar paterno! No me burlo, sino que, como te digo, aquél está entre nosotras.

Electra.—¡Pobre de mí! ¿Y de quién has oído eso que tan firmemente crees?

Crisótemis.—Yo, de mí misma y de ningún otro; porque he visto pruebas evidentes de ello, para creer lo que te digo.

Electra.—¿Qué pruebas evidentes son ésas, infeliz? ¿Qué es lo que has visto para encenderte en ese incurable delirio?

Crisótemis.—Por los dioses, escúchame, y cuando sepas todo lo que hay, dirás si soy necia discreta.

Electra.—Habla, si es que tienes ganas de hablar.

Crisótemis.—Te voy a decir, pues, todo lo que he visto. Apenas llegué al venerable sepulcro de nuestro padre, ví regueros de leche recién vertida desde lo alto del túmulo, y la tumba cubierta en derredor de flores de todas clases que formaban una corona. Al verlo me llené de admiración, y observé en derredor mío, temerosa de que alguien se me presentara delante. Mas cuando observé que todo estaba en silencio, me aproximé a la tumba y ví, em un extremo del sepulcro, una mata de cabello recién cortada. Al punto que la ví, ¡ay de mi!, se me representó en el alma una cara conocida que no me dejaba dudar que era la de nuestro queridísimo Orestes. Cogi la mata y, teniéndola en mis manos, no pronuncié palabra ninguna de mal agüero, sino que de alegría se me llenaron los ojos de lágrimas. Y ahora, lo mismo que entonces, afirmo que esta ofrenda no puede proceder de otro que no sea él. Si no, ¿a quién más interesa esto, fuera de nosotras dos? Yo no lo he hecho, bien lo sé, y tú, tampoco. ¿Cómo, si ni siquiera puedes salir de casa, aunque sea a rogar a los dioses, sin que