Se volvió hacia el chantre para que lo oyera mejor, para que ni una sola de aquellas palabras crueles se perdiera, y añadió:
—O bien puede ser que te corten en pedazos aquí mismo, a la gloria de la ciencia y para instruir a los estudiantes...
Tuvo una risa larga y malvada.
—Pero vamos, padrecito, ¿qué es lo que dices?— balbuceó el chantre.
—Digo que se tiene aquí una manera chusca de enterrar a los muertos: primero cortan al desgraciado un brazo y le entierran; luego una pierna, y la entierran igualmente, y así sucesivamente. Si el muerto no tiene suerte su entierro se puede prolongar todo un año.
El chantre miró con horror a su interlocutor, que continuó diciendo palabras terribles y repugnantes por su cinismo.
—A decirte verdad, pobre chantre, me causas extrañeza: a pesar de tu edad avanzada eres tonto como un santo. Haces proyectos para el porvenir. Tienes intención de visitar el monasterio, la catedral; hablas de tu manzano y, sin embargo..., no tienes mas que una semana de vida...
—¿Una semana?
—Sí, viejo mío; nada más. No soy yo quien te lo dice; son los médicos mismos quienes lo afirman. Ayer, cuando tú no estabas aquí, les oí hablar entre ellos... Creían que yo dormía. «Nuestro chantre es cosa acabada—dijeron—: no tiene mas que una semana de vida...»