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día servirlos. ¿No era esto bastante para hacer feliz a un perro?
Acostumbrado a la moderación, gracias a sus años de vida vagabunda y llena de miserias, comía muy poco; pero aun así pronto estuvo desconocido; su pelo largo, que antes le caía sobre el cuerpo en sucios mechones, llenos de barro en el vientre, estaba ahora limpio, negro y liso como el terciopelo. Y cuando se ponía delante de la casa examinando gravemente la calle con la mirada a nadie se le ocurría hacerle rabiar o tirarle una piedra.
Pero él no tenía aquel orgullo y aquel aire independiente mas que cuando se encontraba solo. El fuego de las caricias no había conseguido aún evaporar completamente el miedo de su corazón, y cerca de los hombres no se sentía a gusto y esperaba que le pegaran. Durante mucho tiempo toda caricia fué para él una sorpresa, un milagro que no podía comprender. El mismo no sabía hacer caricias. Otros perros, para expresar sus sentimientos, sabían ponerse de pie sobre las patas traseras, restregarse en las piernas de los hombres, hasta sonreír; pero él no sabía.
Lo único que sabía era echarse sobre el lomo, cerrar los ojos y lanzar pequeños gemidos. Pero esto era demasidado poco e insuficiente para expresar su entusiasmo, su reconocimiento y su amor. Al fin tuvo una inspiración: imitando quizá a otros perros comenzó a saltar pesadamente, a dar vueltas alrededor de sí mismo, y su cuerpo, siempre tan alerta e inmóvil, se hizo pesado, torpe y chusco.