dad, los que eran encerrados en una estancia próximadonde no pudiendo ni ver ni ser vistos, oian, sin embargo, la gritería de los congregados; porque era el elamor público el que decidia de la eleccion entre los contendores, tos cuales no todos de una vez, sino de uno en uno por suerte, daban en silencio un paseo ante la junta. Los encerrados tenian unas listas, y en ellas señalaban el punto å que respecto de cada uno subia la griteria, no sabicnde de quién se trataba, sino sólo que fué el primero, el segundo, el tercero, ů otro segun el número de los quo babian ido pasando; y aquel por quien habia sido do mayor número y más 3ostenida, era el que quedaba nombrado.
Coronábase éste, y visitaba los templos, llevando en su seguimiento á muchos jóvenes que lo ensalzaban y proclamaban, y tambien muchas mujeres, que con cánticos le elogiaban y le daban el parabien. Cada uno de sus apasionados le obsequiaba con un convite, diciéndole: «con esta mesa te honra la patria.» Pasaba de allí al banquete público, donde todo se hacta segun costumbro, excepte que al presentarle la segunda porcion la tomaba y la guardaba; y despues del banquete, á la puerta misma del edificio, concurriendo allf las mujeres de su parentela, llamaba á la que tenía en más aprecio, y dándole la porcion, le decia:
que habiéndola recibido como premio, se la regalalba; con lo que las demas, elogiándola tambien, la acompañaban á Bu easa.
Arregló asimismo Licurgo perfectamente lo relativo á los entierros; porque trató en primer lugar de desterrar toda supersticion, y por lo tanto no prohibió que se sepultasen los muertos dentro de la ciudad, y que se pusiesen sas monumentos cerca de los templos; criando y familiarizando á los jóvenes con estos espectáculos, para que no se turbasen ni horrorizasen con la muerte, ni se tuviesen por contaminados con sólo tocar un cadáver, 6 pasar por delante de una sepultura. Despues mandó que nada se en- ...