euenta maceros, levantándose Sołon lo contradijo, é bizo presentes al puebio muchas cosas por el lérmino de las que escribió en sus poemas: Os pagais de la lengua y las palabras Đe un bombre enlabiador y artificioso.
Una astuta vulpeja tras sí os lleva, Y teneis todos la razon lisiada.
Mas viendo que los pobres, decididos á servir á Pisistrato, movian alborotos, y que los ricos se retiraban sobrecogidos de miedo, se retiró tambien, diciendo que era más avisado que los unas, y más alentado que los otros: más avisado que los que no comprendian qué era lo que en realidad halbia habido, y más alentado que los que, comprendiéndolo, temian contrarestar á la tiranía. Sancionó el pueblo el decreto, y no anduvo en cortapisas con Pisistrato sobre el número de los maceros, sino que le dejó mantener y llevar consigo cuantos quiso, hasta que se apoderó de la ciudadela. Verificado esto, como la ciudad se conmoviese ya contra él, Megacles y los demas Alemeonides huyeron: Solon era ya entónces demasiado anciano, y no tuvo quien le auxiliase; mas sin embargo se presentó en la plaza, y arengó á los ciudadanos, vituperando por una parte su inconsideracion y afeminamiento, y exhortándolos é incitándolos por otra á no hacer el abandono de su libertad. Entónces les dijo aquella memorable sentencia: que ántes les habria sido más hacedero impedir que paciese la tiranfa; pero entónees les sería más laudable y głorioso el arrancarla y desarraigarla, cuando ya estaba prendida y consistente; y como por el miedo nadie se pusiese á su lado, se fué á su casa, y tomando sus armas, las puso fuera de la puerta, y dijo: «Por mi parte, he servido cuanto he podido á la patria y á las leyes;» y de ailí en adelante hubo de estarse quieto. Instábanle los amigos