estaba en gran perplejidad, pareciéndole muy duro, eomo lo era, acusar áá uDos hijos ante su padre Brulo, ó á unos sobrinos ante su tio Colalino; y de particulares no lenfa ninguno por seguro para lan graudes arcanos. Mas pudiepdo ántes avenirse á todo que á callar estimulado de la conciencia de tal atentado, resolvid dirigirse i Valerio, ineitándole á ello principalmente la popularidad y bumanidad de éste, por ser un hombre siempre afable con euantos á él acudian, que para todos tenia abierta su easa, y nunca negó á los desvalidos ó el babla ó sus beneficios.
Luégo que subió á verse con Valerio y le enteró de todo, hallándose allí presentes sólo su hermano Marco y su mujer, asombrado y temeroso Valerio, lo que hizo fué no dejar salir á Vindicio, sino que le encerró en una habitacion, poniendo por guarda en la puerta á su mujer; y mandando á su hermano Marco que ocupase el palacio real, aprehendiese, si le era posible, las cartas, y tuviese en custodia la familia, él mismo con muchos de sus clientes que allí se hallaban, y gran número de esclavos, se encaminó á casa de los Acilios, que no estaban en ella, Por lo mismo, no ballándose nadie prevenido, atropelló por las puertas, y dió con las cartas, que se habian quedado donde los mensajeroslas recibieron y envolvieron. Mióntras estaba en eslo, venian los Acilios corriendo, y trabándose pelea en las mismas puertas, procuraban recobrar las carlas; mas los otros se defendian, y echándose la ropa at cuello, á fuerza y con dificultad dando y recibiendo empujones, por callejuelas fueron á salir á la plaza. Otro lanlo sucedia en el palacio real, habiendo aprehendido tambien Marco otras cartas que estaban dispuestas para mandarse, y arrastrando bácia la plaza á cuantos le era posible de los domésticos del Rey.
Luégo que los cónsules apaciguaron el tumulto, y que Valerio dió órden de que se trajese á Vindicio de su casa, entablada la acusacion, se leyeron las cartas, sin que los