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CAMILO.

reuniéndose para ello muchos operarios, entretanto él bacía un sacrificio y pedia á la Diosa que se prestase á sus deseos y se hiciese benigna compañera de los Dioses que su buena suerte habia dado á Roma, dicen que habló la estatua, y dijo que era muy de su voluntad y de su aprobacion. Livio, sin embargo, refiere que bien fué cierto que Camilo llegándose á la Diosa le hizo aquella súplica y exhortacion; pero que fueron algunos de los circunstantes los que respondieron que queria, venía en ello, y seguia de buena voluntad. A los que sostienen y patrocinan aquel prodigio les sirve de gran defensa la incomparable dicha de Roma, que no se concibe cómo de tan pequeños y bumildes principios habia de baber llegado á tanta głoria y poder sin el amparo contiouo y la frecuente aparicion de Dios. Tambien hacen al mismo propósito muchas cosas que se cuentan por el propio tenor, como haber sudado muchas veces algunas estatuas; que se les ha oido respirar; que ban repugnado unas cosas ó consentido otras, de lo que muchos de los antiguos nos han dejado diferentes testimonios; y en nuestro tiempo hemos oido tambien otros muchos sucesos admirables, que no fácilmente pueden mirarse con desden. Pero tanto en el dar demasiado crédito · á estas cosas, como en el negárselo del todo, puede haber peligro por la bumana flaqueza, que no se sabe hasta dónde llega, ni puede dominarse á si misma, sino que ya cae en la supersticion y vana confianza, y ya da en el absoluto olvido y menosprecio de los Dioses: así, lo mejor es siempre irse con tiento, y guard arse de los extremos.

Camilo entónces, bien fuese por lo grande del hecho de baber tomado ał año décimo del sitio una ciudad rival de la misma Roma, ó bien porque se le bubiesen inspirado los que le aplaudian y celebraban, manifestó un orgullo demasiado incómodo para lo que era aquel género de gobierno, porque el triunfo fué muy ostentoso, y le hizo con cuatro caballos blancos, entrando asf por Roma; cosa jamás vista