sveño y del vino, y sin que tomasen las armas les dieron muerte. A los que aquella noche, que no eran muchos, se habian salido del campamento, persiguiéndolos al dia siguiente esparcidos como estaban por todo el país, los exterminó la caballería.
La fama difundió luégo este suceso por las demas ciudades, y excitó á muehos de los que estaban en edad de llevar armas, y sobre todo á los muchos Romanos que habiendo huido de la batalla del Alias, se hallaban en Veyos, y que se lamentaban entre si de que el mal Genio de Roma, privándola de semejante caudillo, hubiese ido á ilustrar con los triunfos de Camilo á la ciudad de Ardea; roiểntras que la que le babia dado el sér y lo habia criado estaba destruida y aniquilada. «Nosolros, decian, por falta de caudillo, acogidos á unos muros ajenos, nos estamos aquí sentados mirando la ruina de la Italia: ea, pues, enviemos quien les pida á los Ardeates su general, ó tomando las armas dirijámonos á él mismo; pues que ni él es desterrado, ni nosotros ciudadanos, no existiendo para nosolros la patria, miéntras está dominada de los enemigos.» Habida esta deliberacion, hicieron mensaje á Camilo, pidiéndole que tomase el mando; mas él respondió que no lo haria sin que los ciudadanos refugiados al Capitolio lo decretasen segun ley; porque en ellos debia entenderse que se habia salvado la patria: por tanto, que si lo mandaban, obedeceria con gusto; pero contra su voluntad en nada se entrometeria: no pudieron, pues, ménos de admirar la prudencia y rectitud de Camilo. Mas faltaba el medio de que esto llegase á los del Capitolio; y sobre todo parecia imposible que pudiera Hegar hasta el alcázar un mensajero, estando apoderados de la ciudad los enemigos.
Habia entre los jóvenes uRoncio Cominio, de los medianos en lineje, pero codig de honra y de gloria: ésle se ofreció voluntario para la empresa; pero no quiso