aus propias fuerzas. Era tan vehemente aquel miedo, que establecieron por ley que los sacerdotes estuviesen exentos de la milicia, á no sobrevenir guerra con los Galos.
Este fué de los combates militares el último que libró Camilo; porque la ciudad de Veletri la tomó al paso, babiéndosele entregado sin resisteneia; mas de los politicos le restaba el mayor y más dificil contra la plebe, envalentonada con la victoria, y que á fuerza queria hacer que uno de los cónsules se nombrara de los plebeyos, contra la ley hasta entónces observada; oponiéndose á ello el Senado, y no consintiendo que Camilo dejase el mando, para con la grande y poderosa autoridad de ésle lidiar mejor en defensa de la aristocracia. Mas como sucediese que sentado y despachando Camilo en la plaza llegase un lic- Lor de parte de los tribunos de la plebe con órden de que le siguiera, y áun alargase hácia él la mano como para llevarle, suscitóse una grilería y alboroto, cual nunca se habia visto en la plaza, echando del tribunal á empellones al lictor los que eslaban con Camilo, y mandando á aquél muchos desde abajo que le llevase. Perplejo él entónces, no dejó en tal conflicto desdorar su autoridad; sino que tomando consigo á los senadores, marchó á celebrar Senado; y ántes de entrar, vuelto al Capitolio, pidió á los Dioses que enderezasen aquella conlienda al mejor término, ofreciendo edificar templo á la Concordia si aquella turbacion se serenaba. En el Senado fué grande el disturbio por la diversidad de pareceres; mas prevaleció con todo el más moderado y más condescendiente con la plebe, por el que se venía en que el uno de los cónsules se eligiese de los plebeyos. Dando parte el dictador al poeblo de esta resolucion del Senado, repentinamente, como era natural, se reconciliaron muy regocijados con el Senado, y acompañaron á Camilo á su casa con grande gritería y algazara. Congregáronse al dia siguiente, y decretaron que el templo de la Concordia que Camilo habia ofre-