obras y acciones virtuosas que con solo que se refieran engendran cierto deseo y prontitud atractiva á su imitacion; pues en las demas, al admirar sus frutos ó productos no suele seguirse el conato de ejecutarlas; antes por el contrario, muchas veces, causándonos placer la obra, miramos mal al artífice, como sucede con los ungüentos y la púrpura; que estas cosas nos gustan; pero á los tintoreros y aparejadores de afeites los tenemos por mecánicos y serviles. Por esto Autistenes, hbabicndo oido de Ismenia que era buen flautista, repuso con razon: «Pero hombre baladí, pues á no serio, no sería tan diestro flautista;» y Filipo á su hijo, que en un festin babia cantado con gracia y babilidad: «No te avergüenzas, le dijo, de cantar tan diestramente; porque á un rey le basta cuando tenga vagar, oir á los que cantan, y da baslante á esta clase de estudios con presenciar los cerlámenes de los que en ellos sobresalen.»
La ocupacion, pues, en las cosas pequeñas balla contrasí misma confirmacion que la convenza de desidia en el trabajo que se emplea en los negocios fútiles; pues ningun jóven de generosa fndole, ó por haber visto en Pisa la estatua de Júpiter ha deseado ser Fidias, ó Policleto por haber visto en Argos la de Juno; ni Anacreonte, Filemon, ó Arquiloco por haber oido los versos de estos poetas; pues no es preciso que porque la obra deleite como agradable, sea digno de imitacion el artifice. Por tanto, es visto que no son de provecho para los espectadores aquellas cosas que no ongendran celo de imitacion, ni tienen por retribucion el incitar al deseo y conato de aspirar á la semejanza; mas la virtud es tal en sus obras, que con el admirarlas va unido al punto el deseo de imitar á los que las ejecutan; porque en las cosas de la fortuna lo que nos complace es la posesion y el disfrute; pero en las de la virtud la ejeeucion; y aquéllas queremos más que nos vengan de los otros, y éstas, por el contrario, que las reciban los otros de