hubiesen mencionado y alabado entre sus cosas aquollas en que tiene parte la fortuna, y que han sucedido á otros generales, y ninguno bablase de la mayor y más excelente, que cs, dijo, el que por mi causa ningun Ateniense ha tenido que ponerse vestido negro.
¡Admirable hombre en verdad! no sólo por la blandura y suavidad que guardó en lanto cámulo de negocios y en medio de lales enemistades, sino por su gran prudencia, pues que entre sus buonas acciones repuló por la mejor el no haber dado nada en tanto poder ni á la envidia ni á la ira, ni haber nirado á ninguno du sus enemigos como insufrible; y yo entiendo que súlo su coaducta bondadosa y Bu vida pura y sin inanchra en medio de tan grande autoridad, pudo hacer exenla de envidia y apropiada rigurosamente á él la denominacion al parecer pueril y chocante que se le diú, lamándule Olimpio. Asi lenemos por digne de la naturaleza de los Dioses, que siendo aulores de todos los bienes, y no cansaudo nunca ningun mat, por este admirable órden gobiernen y rijan todo lo criado: no como los poetas, que nos inculean opiniones absurdas, de que 8us mismos poemas los conveRcen, llamando al lugar en que se dice habitan los Dioses una residencia estable y segura, adonde no acanzan los vientos ni las nubes, sino que siempre y por lodo tiempo resplandece invariable con una serenidad suave y una lumbre pura, como corresponde á la mansion de lo bienaventurado é inmortal; cuando á los Dioses mismos nos los represenlan llenos de rencillas, de discorsia, de ira y de otras paSiones, que áun en hombres de razon estarian may mal. Mas eslo seria quizá más propio de otro tratado. Por lo que bace á Perieles, los sucesos mismos b:cieron muy luégo conocer á los Atenienses su fa ta y ecbarle ménos: pues áun los que miéulras vivia levaban umal su poder por pareeeries que los ajaba, luégo que faltó y experimentaron á olros oradores y demagogos, confesabau á uua que ni en el faslo podia darse genio más