Página:Leonidas Andreiev - El misterio y otros cuentos.djvu/189

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
187
 

Compadecía sobre todo al noble y decidido Karuyev, desde hacía algún tiempo sombrío, taciturno.

—¡Vámonos juntos!—le decía.

—¿Adónde?

—¡Al extranjero!

—No, yo no me voy. Usted sí debe irse, puesto que no tiene nada que hacer aquí, y su salud, sus nervios, ganarán no poco con ello.

—Sí; quiero pasar el verano en Suiza...

—¡Excelente idea! ¡Celebraré mucho que le pruebe aquel clima!

Y Karuyev saludaba con una cortesía glacial y se iba.

A mediados de marzo, Panov, el compañero de cuarto de Kostiurin, celebró su cumpleaños e invitó a Chistiakov.

La nieve estaba ya casi fundida y los trineos habían sido reemplazados por los coches de ruedas. Cuando Chistiakov salió de su última clase aspiró con delicia el aire, ya oliente a primavera. «¡Pronto me iré!», se dijo, y su corazón se estremeció de gozo. Luego sintió esa melancólica tristeza de los que se disponen a partir para siempre; pero no tardó en ahogarla una ola de alegría triunfal.

Por la negrura del cielo nocturno cruzaban, como gigantescas aves blancas, enormes nubes misteriosas, cuya aérea carreta silente parecía invitarle a volar. «¡Pronto me iré!—pensaba, mirándolas—. ¡Pronto me iré!»

Cuando llegó al número 64, la habitación estaba