Página:Leonidas Andreiev - El misterio y otros cuentos.djvu/82

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
80
 

medo de las pupilas de la joven, comprendió que estaba loca de amor y de orgullo, y temió por ella. De pronto, y sin saber por qué, se había dado cuenta de que nada hay seguro, firme: ni el sol, ni el cielo, ni la tierra que pisamos, ni nada de lo que rodea al hombre.

—¡Es extraño!—se dijo, alejándose.

Y no cesó en todo aquel día de balbucear de vez en cuando estas palabras, expresión de su asombro ante la inanidad de todo.

Dispersado el grupo y comenzados los vuelos, Yury Mijailovich se acercó a su mujer y la cogió del brazo.

—Perdóname; te he dejado sola.

—No importa—contestó la joven, sonriendo—. Estoy muy contenta. ¿De qué os reíais tanto?

—Les he hablado del aparato para los borrachos.

—¡Qué gracioso...! Te quieren mucho tus compañeros.

—Y yo a ellos también. Mira: ahí viene Rimba. ¡Qué nervioso está el pobre!

—Dile algo, Yury, para tranquilizarle.

—Y tú, ¿estás tranquila...? Se acerca el momento...

—Lo celebro por ti. Dile algo a Rimba.

Rimba, un oficial entrado en años, carirredondo, calvo, se detuvo, sudoroso, pálido, a unos cuantos pasos, y gritó:

—¿Haces el favor... un momento...?

Puchkarev se alejó un poco con él y le preguntó:

—¿Qué quieres? Parece que estás algo nervioso...

Rimba tomaba parte por primera vez en un concurso de aviación. Nadie se explicaba que lo hiciese,