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razonamiento no es nunca un freno suficiente, tampoco es nunca un excitante; y con efecto, un gran promedio de de- lincuentes sale de los individuos deficientes, que delinquen porque no saben medir el alcance de sus actos. .

Mas la mujer encuéntrase en condiciones muy diversas. Sus defectos, como sus buenas cualidades, proceden casi siem- pre del altruísmo, o mejor dicho, del alterocentrismo que in- forma casi toda su vida moral e intelectual y que con facili- dad resulta invertido, desviado o excesivo. La intolerancia, el chismorreo, el feroz rigorismo de la mujer, su vehemencia en la venganza, su irritabilidad, su sentimentalidad y su to- zudez, su excesivo amor propio, su litigiosidad y otros de- fectos propios de la mujer, no proceden de un egoísmo exce- sivo, sino de un alterocentrismo excesivo o desviado de su verdadero cauce, de una pasionalidad excesiva.

De suerte que el razonamiento que hubiera de hacerle comprender a la mujer que estos son verdaderos defectos, re- sulta tan complicado que casi sobrepasa los alcances de una inteligencia corriente. Con la lógica ordinaria, toda mujer podría demostrarse a sí misma que la sed de venganza es sed de justicia; la intolerancia, legítimo celo por el bien ajeno; la curiosidad, el chismorreo, indicio de interés por el próji- mo, y los celos, amor; es decir, que podría demostrarse a sí misma, merced al razonamiento, que sus defectos son otras tantas virtudes.

No le he oído jamás a ninguna mujer, ni a la más con- sumada delincuente, confesar, como tantas veces se le oye al hombre, que fuera mala. Ninguna mujer acaba nunca de con- vencerse de que sus defectos lo son. Y no sólo no le sirve a la mujer el razonamiento para reconocer sus propios defectos y corregirlos, sino que a veces incluso la impulsa a servirse de ellos en 21 modo más cruel. Nada más sencillo que emplear el razonamiento para agravar la venganza o las coacciones inspiradas en la tolerancia o la envidia, y la facilidad con que apelando a la razón podría la mujer satisfacer sus peores pasiones, debe ser la causa principal que nos hace sentir algo asi como espanto ante la idea de emplear la razón en la prác- tica de la vida, y al hombre le inspira tanta instintiva des- confianza hacia las mujeres que razonan. Desparramad a