Página:Lombroso El alma de-la mujer.djvu/170

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

163 GINA LOMBROSO A admirado en cambio—y nótese que la admiración sigue siem- pre a la satisfacción de una necesidad—a la mujer madre, hu- milde y abnegada, a la inspiradora y propagadora entusias- ta. Y es que, habiendo sido creada la mujer para ser algo de alguien, más que para pertenecerse a sí propia, para ser hija, madre y esposa antes que mujer, las luces y las sombras que acierta a difundir en torno suyo, son más importantes para la humanidad que la lámpara misma que esas luces proyecta.

No nos indignemos ni nos engañemos; la realidad es como es. Desde que '>ios nos sacó de la costilla de Adán— a fin de proporcionarle una ayuda conveniente, y un apo- yo—, hemos continuado siendo, excepción hecha de la ma- ternidad, un apéndice del hombre y nada más; de igual mo- do que en razón de la maternidad, no es el hombre otra co- sa que un apéndice de la mujer. Y sí la vida material no po- dría continuarse sin nosotras, las mujeres, la vida moral, 'cien- tífica y artística, no nos necesita para nada. Con respecto a la ciencia, a la cultura, no pasámos de ser unos seres subsi- diarios.

No es, pues, en el campo exclusivo de la cultura, el arte y la ciencia donde se han de buscar las mujeres superiores. No menos superiores que éstas son:

Las mujeres sublimes e ignoradas que crearon con su esfuerzo las tradiciones morales que hoy nos rigen, las mu- jeres que con sus dolores y sus sacrificios, conquistaron el prestigio y el respeto que hoy todavía disfrutamos nosotras; las mujeres que llegaron a dirigir a los hombres, inspirándo- les acciones generosas y nobles propósitos; las mujeres que supieron ofrecer en aras de la idealidad el propio sacrificio, endulzando las amarguras de la vida, sosteniendo y conso- lando a quienes por el ideal luchaban.

Las mujeres que lograron establecer las tradiciones ca- ballerescas varoniles que dotaron al mundo de tanta dignidad: las castellanas de la Edad Media, las princesas de nuestros mi- núsculos estados italianos que tanto protegieron las artes y las letras; las mujeres que a costa de sus dolores hicieron triun- far ese romanticismo, hoy menospreciado, y que, sin embar-

go, _marcó en la historia una tan grande sublimación de la mujer.