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204 GINA LOMBROSO A II A A no exija mayores sacrificios que el vicio, y el abstenerse re- sulte tan llano como el saciarse. Sólo que la realidad es muy otra. La virtud es la limitación de un deseo o instinto, es sacrificio y dolor, aun para el virtuoso. Este practica la vir- tud por el bien general. Pero si su sacrificio resulta aislado, si la virtud no se impone a la generalidad, puede darse su fin por no logrado.

Quien renuncie a su bien en una sociedad que sólo hon- ra al que se divierte y goza, realiza un sacrificio loco, que re- dunda en su daño, s'1 representar un sacrificio para nadie.

El día que hubiese libertad de amor para todas las mu- jeres, el día que ,se declarase cosa lícita perseguirlo por to- dos los medios. y la mujer compitiese con el hombre en eso de correr desenfrenadamente tras el placer, la mujer virtuosa perdería todo prestigio y con él toda compensación a su sa- crificio, toda posibilidad de recompensa, y acaso toda posi- bilidad de dar expansión a su altruismo. Porque allí donde reinase el amor libre no querría ya el hombre compartir con ninguna la carga de la prole, ni casarse siquiera con aquellas mujeres que aun continuasen rindiendo culto a la materni- dad. Porque, ¿cómo podría el hombre distinguir a las mu- jeres buenas de las hembras malas, cuando, merced a las ar- tes de la coquetería, serían las peores las que no le dejarían punto de reposo, haciendo todo lo posible por seducirlo, comprometerlo y alejarlo de las mujercitas tímidas, ignoran- tes de tales recursos y arrumacos?

Eso fué, en efecto, lo que sucedió en la Roma de la decadencia, cuando el Gobierno vióse precisado a recurrir a leyes especiales para obligar a los hombres a contraer ma- trimonio, dándose el caso de suicidarse más de uno por no soportar ni temporalmente la. unión con una de aquellas hembras de su tiempo. Y por cierto que no faltarían tam- poco en aquella época mujeres madres que hubieran deseado únicamente vivir para la familia y los hijos; sólo que el re- lumbrón de las otras no les dejaría ver, impidiéndoles a sus contemporáneos creer en su existencia.

. Del mismo modo, con esa libertad de amar como y a quien se nos antoje, ocurriría que, a cambio de la poca ma- yor felicidad conseguida por unas cuantas mujeres hombru- nas, resultarían sacrificadas todas las mujeres maternales, cu-