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EL ALMA DE LA MUJER 209


los que mandan y los mandados. El capitán encaríñase con los soldados que a su mando tiene y cuando logra acierto en sus órdenes, resulta correspondido por sus subordinados, de y suerte que el maestro quiere y es querido de sus discípu- os.

. La mujer necesita velar por los demás; y siente gran sa- tisfacción cuando ve que los demás la atienden. El despotismo, la autoridad, es un modo de mirar por los subordinados y obligar a éstos a mirar por el déspota. La mujer padece en cierto modo con la excesiva tiranía del marido; pero mucho más todavía sufre con esa indiferencia, que irremisiblemente había de ser consecuencia inmediata de su emancipación.

. La mujer es más feliz cuando se casa con un hombre vi- ril, egoísta, lleno de iniciativas, que exige de ella sacrificios, pero se los exige conscientemente, y se preocupa de su perso- na aunque sólo sea para esquilmarla y beneficiaria y dirigirla, que no cuando se casa con un hombre afeminado y débil, que * no quiere nada y ni se ocupa de nadie, siéndole todo indiferen- te. $

Nada le resulta tan grato a la mujer que arma—precisa- mente porque para la mujer es amor sinónimo de sacrificio y abnegación —como ver encauzados esos sus sentimientos, y bien dirigidos sus esfuerzos, y sentir cómo su obediencia y sus sacrificios le granjean de parte del amado esa estimación, ese prestigio que tanto ambiciona.

Nada lisonjea tanto a la mujer como el sentirse útil. Esas exigencias del hombre, contra las cuales tanto se clama hoy, son. uno de los más grandes atractivos que el hombre tiene para la mujer normal; siempre les oiréis a las muchachas ponderar con dejos de reproche, al par que de orgullo, las exigencias del novio, que son para ella motivo de queja y de placer.

Y no es todo altruísmo en esta atracción de la mu- jer hacia el hombre autoritario, sino que entra también por mucho en ello un inconsciente instinto de defensa. La mujer que es débil y tímida y necesita sentirse protegida, hácese la ilusión de que el hombre autoritario pondrá a sus servicios su autoridad y su fuerza y la defenderá.

No es, en efecto, el despotismo o la autoridad del hom- bre lo que hace sufrir a la mujer, sino lo de que el hombre